miércoles, 29 de agosto de 2012

Ramón



La primera vez que vi a Ramón venía corriendo directamente hacia mi. Su mirada era tan intensa que cerré los ojos. Cuando los abrí, Ramón me miraba con sorna mientras se agarraba la cintura con las manos, en un gesto de animal en apareamiento que ahora encuentro cómico pero que en ese entonces fue incómodo. Sonó la campana y entramos todos al salón.

A Ramón le gustaba perseguirme y a mi me gustaba correr lejos de él. A veces, Ramón le decía a sus amigos que también me persiguieran, pero el único que podía alcanzarme era él.

Un día llegué a mi casa con veinte pesos y mi mamá escandalizada me preguntó quién me los había dado. Yo contesté tranquila: Ramón. Al día siguiente mi mamá se paró frente a él y le prohibió darme dinero. Menos mal que no le prohibiera corretearme.

Un día caminando hacia la escuela se me cayeron los calzones. Ya saben, pasa que con el tiempo y las lavadas algunas prendas sufren alteraciones. Decidí no levantarlos, pues de todas maneras se volverían a caer.

Ramón esperó a que me sentara para tirar un lápiz. Se agachó y sin disimular, se asomó a las fauces de mi falda. Aguanté la respiración y apreté las piernas durante toda su inmersión. Ramón se levantó cariacontecido. Lo miré, me miró y nadie dijo nada.

Expulsaron a Ramón pocos días después por golpear a un niño. Y yo nunca más dejé mis calzones en la calle.