lunes, 3 de noviembre de 2008

Triciclo

Un día llegó mi abuela con un apache rojo. Sale pensé, y ahora, cómo le hago? Me trepé y me daba miedo la velocidad, así que lo dejé empolvarse. En cuanto pudo mi hermano andaba en mi triciclo por banquetas y empedrados. Pedaleando como loco. Chale, pensé, se ve que se la está pasando increíble, ni modo de volverse chiquita. Años después a mi hermano le regalaron una bicicleta azul, pero como él andaba loco con lo de la patineta ni la peló. Ahora es cuando. Primero empezé en el pasillo de mi casa, agarrándome de las paredes. A la semana me salí a la calle. y como vivía en una calle sin pavimentar de bajadita estaba al pelo pero al revés había que pedalearle muy duro. Me costó otra semana aprender a dar una vuelta sin bajarme de la bicicleta. Ante la insistencia mis abuelos me regalaron una bicicleta propia: una plateada.
Todavía me acuerdo de cómo se sentía el viento en la cara.

4 comentarios:

Anónimo dijo...

el viento en la cara es lo primero que me hace acordarme cuánto me gusta la bici cada vez que me subo...

El ornitorrinco dijo...

además del viento en la cara, lo mejor de las bicis eran los veranos en que empezamos a conocer la libertad.

Gavilán Pollero dijo...

Extraño las tardes de bici. Seguro ustedes serían buenos compañeros.

Briego dijo...

Lo mejor de la bici era el contacto directo con el pavimento que a veces tenía mi cara, sobretodo en esas bajadas enormes por las calles cerradas cerca de mi casa en Querétaro donde el sol se escondía tan cerca que no importa para donde veías siempre era contraluz, el aire era tan fuerte que medio no podías respirar y medio te drogaba, hasta que llegaba al fondo y la grava me tiraba para acariciar el suelo con alguna parte del cuerpo, ahhhh buenos tiempos.